Johnny Cash – man in black
Dios sabe por qué este maldito insomnio
me acompaña adonde quiera que vaya. Apenas llevo un mes viviendo aquí y las
noches se retuercen como una carrera de fondo entre mi cansancio y la
perseverancia del sueño por mantenerme despierta.
Dentro de un par de días ocuparé el
puesto de trabajo que me ha traído a esta ciudad. Me contrataron desde allí.
Hice un par de entrevistas, ya saben, la segunda dependía de la primera. Mi
amigo Shaun dice que son como rounds de
boxeo. Mordedores, guantes, un par de empujones y ¡a por el cinturón!
Al final ni si quiera tuve que pelear por
ello. Para las relaciones personales soy la persona más discapacitada que
conocerán jamás. Pero cuando se trata de mi trabajo tengo la seguridad de un
lobo hambriento frente a una joven despistada en mitad del bosque.
Cuando uno se marcha de casa. Quiero
decir, en serio. Utilizando un número inconmensurable de frases hechas con
amigos que probablemente te odiarán por ello en 3, 2, 1… y mirando los rincones
con cierto desdén. Como restando importancia. Hablo de cuando uno hace la
maleta con ropa de invierno y de verano, indistintamente. Las ganas de sonreír
se reducen. Igual que las llamadas.
Tenía que ser. Era mi momento. Pensaba
todo aquello porque no podía dormir no crean. Y no podía dormir porque pensaba
todo aquello. Que junto con las prisas por amueblar, en cierto modo, mi nuevo
piso y los montones de libros aún por colocar se estaba convirtiendo en una
costumbre. En realidad ya lo era pero durante un par de días había conseguido
recuperar el sueño. La tormenta y la calma. ¡Maldita sea! He vuelto a utilizar
uno de esos tópicos otra vez. No me odien.
La única interacción con personas en la
que había puesto algo de empeño desde mi llegada había sido con los dependientes
del restaurante chino que había a dos manzanas de la mía y los chicos del
videoclub.
A lo mejor soy una negada para las
relaciones personales porque me gusta tantísimo el cine. O me gusta tantísimo
el cine porque soy una negada para las relaciones. El caso es que me pareció
estupendo encontrar un videoclub cerca de casa. Tan pronto como me desprendí de
las maletas, el primer día (no, la primera tarde), bajé a aquel videoclub a
ejercer mi derecho como nueva ciudadana extranjera a perfeccionar su idioma a
través del cine. Por ejemplo.
En realidad, todo tenía que ver con que
adoro la forma que tiene el cine de exponer una realidad fragmentada. Adoro la
cantidad de personajes que se dan cita en una misma cinta sin necesidad de ser
justificados. Me encanta la direccionalidad de los diálogos en el cine. La
caracterización. Los vestidos. Los besos. Los besos en el cine siempre duran lo
que tienen que durar. En la realidad a veces tiene uno la sensación de que algo
va mal mientras besa. En el cine si un beso no funciona es porque la intención
era que ese beso no funcionase. Todos queremos que al besar a alguien
desaparezcan las complicaciones.
¿Es el cine responsable de nuestras
expectativas vitales? Sin duda. Pero merece la pena.
Siempre quise dedicarme al cine. Se
podría decir que es vocacional. Eso es. Vocacional. Me abandonaría al mundo del
cine si pudiese. No sé. Ni si quiera sé qué me gustaría hacer en una película,
pero formar parte de algo así. Oh. No puedo ni imaginar cuánto me costaría
dormir entonces. O quizá no. Puede que entonces todas estas disquisiciones
absurdas cobrasen un sentido aplicado y no tuviese que desemplear mis horas de
sueño en enredar almohadas y esparcir residuos comestibles por toda la casa.
Saben, mi trabajo consiste en desnudarme
casi por completo y bailar delante de todo el que atraviese la puerta del local.
Sé que no es un trabajo muy cinematográfico. Ni si quiera es intelectual.
¿Creen que no lo sé? Mi amiga Anna siempre dice que no entiende como alguien
con mi sensibilidad trabaja en esto. Pero me pagan bien. Y no me parece que
haya que tachar a nadie por vivir así. Algunas actrices también se desnudan
¿no?
Desde que vi aquella película de Win Wenders,… París, Texas, incluso me inspiro en la estética de algunas escenas
cuando trabajo. Claro que no soy tan guapa como Natassja. ¿Verdad que sale
preciosa en esa película? En esa y en Tess
me gusta especialmente.
Lo malo de mi trabajo es que a veces se
siente una un poco sola. Las mujeres somos bastante afectivas, saben. Y no siempre
es fácil tratar con hombres. Algunos de los hombres que vienen a vernos no
saben bien cómo hacer las cosas y no es raro encontrarse de repente en la sala
de descanso empapada en lágrimas. Notando el sabor salado del llanto incluso en
las mejillas. Con todo el maquillaje extendido en las manos en las que a veces
hundimos la barbilla. El miedo es erosivo. Como la arena en el viento pegando
contra las rocas de los acantilados. Son mordiscos. Pero es inevitable. Sentir
miedo nos reconvierte en vulnerables. Porque lo somos.
Este último año he llorado tantas veces
que, finalmente, y por insistencia de uno de mis jefes, decidí marcharme.
Siempre he querido conocer otros lugares. Era mi momento. Y ahí estaba. Con la
tarjeta del videoclub en la mano.
El reloj del horno, en la cocina, marcaba
las 2:24 de la madrugada. Mis necesidades básicas, comer, beber, hacer pis,
estaban cubiertas. Era el punto álgido de la noche en cuanto a insomnio se
trataba, así que me puse el abrigo de piel vuelta y las zapatillas de tela azul
marino que me regaló Maggie por mi cumpleaños y salí a la calle dispuesta a
cruzar de acera y caminar dos calles a la izquierda hasta llegar al videoclub.
Una cosa que quiero que entiendan es que
por el hecho de desnudarme de vez en cuando para un puñado de amantes de la
carne no soy una fresca. Y, en consecuencia, no actúo ni visto como una fresca.
Es verdad que suelo ser fácilmente impresionable por los hombres. Y eso tiene
que ver, como bien imaginan, con que la mayoría de los señores que conozco dejan
mucho que desear como personas. Así que cuando trato con un tipo normal todo es
mucho más fácil y agradable. Entiéndanme.
Mientras caminaba por la calle pensaba en
lo que me había crecido el pelo. Y en que me gustaba lo oscuro que lo tenía
últimamente. El negro es un color elegante. Una vez vi una película sobre Johnny Cash, Walk the Line. No podría estar más de acuerdo con su percepción del
color. Deberían verla. Si conociese a un tipo como Johnny Cash, aunque fuese en
el bar, intentaría decir cosas interesantes y acertadas para poder verle de
nuevo. Si algo suelo hacer es pensar en lo que decir si aparece alguien que me
gusta de verdad. Luego me bloqueo y digo estupideces, ya he dicho que en eso era
un desastre manifiesto. Pero llevo algunas frases y temas de conversación
apuntados en una tarjeta, en la cartera. Por si tengo ocasión de ir al baño y
repasarlo.
Al entrar en el videoclub una chica, muy
amable, me saludó desde el mostrador. Levantando la cabeza. Un chico, más
joven, salió de la puerta interior que había tras el mostrador, con un chaleco
granate (como ella) y la carátula de Barry
Lyndon en la mano. ¿Saben que toda la iluminación de Barry Lyndon es
natural, que no recurrieron a luz artificial en toda la película? Hicieron
tratamientos en el negativo y utilizaron objetivos con grandes aperturas. Lo
leí hace poco. En aquel momento me limité a saludar amablemente, mientras
pensaba en la mala leche que decían que tenía Kubrick.
El suelo del videoclub estaba cubierto de
moqueta burdeos. Era un color bastante más intenso, y maltratado, que el de los
chalecos de los dos empleados. En la parte de arriba, bastante espaciosa, había
películas actuales. El mostrador estaba en el margen derecho del local, a la
mitad, más o menos. Antes del mostrador había un hueco. Con unas escaleras que
bajaban a otra planta. Las escaleras estaban recubiertas por una goma negra con
círculos para no resbalar, a pesar de ser enormemente anchas. En la planta
inferior la moqueta burdeos volvía a formar parte del decorado. Las películas
que había abajo estaban catalogadas exclusivamente como cine clásico. Ordenadas
cronológicamente. En la esquina opuesta a las escaleras, al final de todos los
estantes, había una sección de películas pornográficas. Bastante divertida, por
cierto. Las sinopsis de las películas porno son como agua para chocolate.
No había prestado demasiada atención a la
hora desde que salí de casa pero había algo seguro: era tarde. Así que tampoco
prestaba atención a la posibilidad de que no fuese la única persona tan
interesada en el cine, y en el insomnio, como para acudir a un videoclub a
altas horas de la madrugada; a modo de pasatiempo. O a tomar referencias, que
también.
Pero, ya les digo, augurando situaciones
próximas a la realidad soy una contraindicación.
Así bien escuché de un sobresalto como
una voz profundamente masculina saludaba desde la puerta principal. Yo estaba
abajo, cerca de la última esquina, desde donde me apresuré a poner distancia
entre la estantería de las pelis X y yo, por si acaso. Y caminé entre huecos,
memorizando fechas.
Lo siguiente fue una consecución de pasos
firmes acudiendo en dirección planta baja. Como siempre, en estos casos, el
pulso se me aceleró considerablemente. Me desabroché algunos botones del abrigo
para tocar aire fresco. Sujeté la cartera con fuerza y dispuse un par de
películas de las que sentirse orgullosa frente a mí.
¡Qué bien huele! Me dije mientras
mantenía la cabeza y la vista adheridas a las carátulas de aquellos filmes de
gran éxito. Entonces me dediqué a intuir sus movimientos. Mientras disfrutaba
de su aroma y mi sudor. El encontronazo era inevitable. Quiero decir, aquello
era grande, pero no tanto. Así bien, en su rodeo por cada bloque, casi en un
descuido se colocó a mi lado.
-
Con Faldas
y a lo Loco es considerablemente más divertida. – dijo segura la voz grave.
Entonces, resuelta en el pánico, mi
cabeza, como si tuviese autonomía propia se giró hacia él.
Era un chico alto. Tenía el pelo negro,
igual que su ropa. Y la nariz tan grande como las manos. Apegadas al tono de
voz profundo. Masculino. Parecía sacado de una película clásica. Sí. Y hablaba
mi idioma. ¡Mejor aún! Sabía que yo era extranjera.
Con la firme convicción de que en algún
momento podría esconderme tras de alguna estantería y mirar la tarjeta de las
frases agarré la cartera dentro del bolsillo con fuerza y sonreí.
-
Sí… - respondí entre dientes – si-siempre me ha
gustado más.
Sin dejar correr el segundero el
misterioso desconocido cruzó los labios de nuevo.
-
Lo siento, es probable que haya metido las
narices en tus asuntos, lo sé. No pretendía intimidarte. Pero a estas horas es
raro encontrar a alguien que tampoco duerme.
-
¡En un videoclub! – exclamé de repente.
Vaya. ¡Qué estaba haciendo! ¡Estaba
charlando como una persona normal!
-
En un videoclub – dijo él de nuevo, manteniendo
una sonrisa intachable. – yo soy Jonás.
-
Jonás – repetí inquieta – yo Lisa.
Aprovechando el silencio no escrito que
existe siempre que se lanzan dos nombres y ambas personas tratan de memorizar,
me deslicé sobre el pasillo contiguo y alargando la mano pude leer una de las
frases de la tarjeta. Antes de que él pudiese decir nada salté. Como un
resorte. Con impulso.
-
Y ¿qué te trae por aquí? – dije volviendo a
asomar la cabeza.
-
Oh. – volvió a sonreír – supongo que lo mismo que
a ti ¿no?, el cine. Bueno, y el insomnio…
¡Mierda! ¿Quién apuntaría una pregunta
así? ¿A quién se le ocurre preguntar qué trae a otra persona al mismo lugar en
el que se ha encontrado con ella?
Como no sabía qué decir me limité a
sonreír. No quería explicarme. Me explico fatal. Hablo fatal. Y, por supuesto,
cuando se trata de conocer a alguien soy un completo hervidero de horror.
-
No eres de aquí ¿verdad?
Tarde unos segundos en reaccionar.
-
Mmira – respondí nerviosa – estas cosas se me dan
fatal. No soy buena haciendo esto. Será mejor que me dejes en paz.
¿Lo ven? Ahí estaba. En estado puro. Su
respuesta fue clara. Y su gesto, cierto.
-
Siempre he pensado que por la noche no había más
que locos en estos sitios, tú parecías normal. – con su retorno aún haciéndose
llegar a mis oídos se marchó subiendo las escaleras con prisa.
Ni si quiera miró al mostrador para
despedirse. Seguro que aquellos púberes se asustaron, incluso.
Salí por aquella puerta diez minutos
después. Con cara de enfado. Al llegar a casa me resbalé en el sofá para dormir
profundamente durante horas.
Durante la tarde del día siguiente, al
despertar, coloqué algunos libros en mi nueva habitación y salí a tomar un
café.
Pasó otra noche hasta que me incorporé al
trabajo. Así adiviné que él era camarero. Sin tarjetas.
Dice que desde que trabaja ahí toda su
ropa es negra. Hasta que encuentre algo mejor. A veces viene a verme en los
descansos procuro decir cosas interesantes y acertadas. De momento no ha dejado
de hacerlo.
Laura P.calle
No comments:
Post a Comment
Tu opinión es importante