05 November 2012

EL RELATO DEL LUNES #2‏



Johnny Cash – man in black

Dios sabe por qué este maldito insomnio me acompaña adonde quiera que vaya. Apenas llevo un mes viviendo aquí y las noches se retuercen como una carrera de fondo entre mi cansancio y la perseverancia del sueño por mantenerme despierta.
Dentro de un par de días ocuparé el puesto de trabajo que me ha traído a esta ciudad. Me contrataron desde allí. Hice un par de entrevistas, ya saben, la segunda dependía de la primera. Mi amigo Shaun dice que son como rounds de boxeo. Mordedores, guantes, un par de empujones y ¡a por el cinturón!
Al final ni si quiera tuve que pelear por ello. Para las relaciones personales soy la persona más discapacitada que conocerán jamás. Pero cuando se trata de mi trabajo tengo la seguridad de un lobo hambriento frente a una joven despistada en mitad del bosque.
Cuando uno se marcha de casa. Quiero decir, en serio. Utilizando un número inconmensurable de frases hechas con amigos que probablemente te odiarán por ello en 3, 2, 1… y mirando los rincones con cierto desdén. Como restando importancia. Hablo de cuando uno hace la maleta con ropa de invierno y de verano, indistintamente. Las ganas de sonreír se reducen. Igual que las llamadas.
Tenía que ser. Era mi momento. Pensaba todo aquello porque no podía dormir no crean. Y no podía dormir porque pensaba todo aquello. Que junto con las prisas por amueblar, en cierto modo, mi nuevo piso y los montones de libros aún por colocar se estaba convirtiendo en una costumbre. En realidad ya lo era pero durante un par de días había conseguido recuperar el sueño. La tormenta y la calma. ¡Maldita sea! He vuelto a utilizar uno de esos tópicos otra vez. No me odien.
La única interacción con personas en la que había puesto algo de empeño desde mi llegada había sido con los dependientes del restaurante chino que había a dos manzanas de la mía y los chicos del videoclub.
A lo mejor soy una negada para las relaciones personales porque me gusta tantísimo el cine. O me gusta tantísimo el cine porque soy una negada para las relaciones. El caso es que me pareció estupendo encontrar un videoclub cerca de casa. Tan pronto como me desprendí de las maletas, el primer día (no, la primera tarde), bajé a aquel videoclub a ejercer mi derecho como nueva ciudadana extranjera a perfeccionar su idioma a través del cine. Por ejemplo.
En realidad, todo tenía que ver con que adoro la forma que tiene el cine de exponer una realidad fragmentada. Adoro la cantidad de personajes que se dan cita en una misma cinta sin necesidad de ser justificados. Me encanta la direccionalidad de los diálogos en el cine. La caracterización. Los vestidos. Los besos. Los besos en el cine siempre duran lo que tienen que durar. En la realidad a veces tiene uno la sensación de que algo va mal mientras besa. En el cine si un beso no funciona es porque la intención era que ese beso no funcionase. Todos queremos que al besar a alguien desaparezcan las complicaciones.

¿Es el cine responsable de nuestras expectativas vitales? Sin duda. Pero merece la pena.
Siempre quise dedicarme al cine. Se podría decir que es vocacional. Eso es. Vocacional. Me abandonaría al mundo del cine si pudiese. No sé. Ni si quiera sé qué me gustaría hacer en una película, pero formar parte de algo así. Oh. No puedo ni imaginar cuánto me costaría dormir entonces. O quizá no. Puede que entonces todas estas disquisiciones absurdas cobrasen un sentido aplicado y no tuviese que desemplear mis horas de sueño en enredar almohadas y esparcir residuos comestibles por toda la casa.
Saben, mi trabajo consiste en desnudarme casi por completo y bailar delante de todo el que atraviese la puerta del local. Sé que no es un trabajo muy cinematográfico. Ni si quiera es intelectual. ¿Creen que no lo sé? Mi amiga Anna siempre dice que no entiende como alguien con mi sensibilidad trabaja en esto. Pero me pagan bien. Y no me parece que haya que tachar a nadie por vivir así. Algunas actrices también se desnudan ¿no?
Desde que vi aquella película de Win Wenders,… París, Texas, incluso me inspiro en la estética de algunas escenas cuando trabajo. Claro que no soy tan guapa como Natassja. ¿Verdad que sale preciosa en esa película? En esa y en Tess me gusta especialmente.
Lo malo de mi trabajo es que a veces se siente una un poco sola. Las mujeres somos bastante afectivas, saben. Y no siempre es fácil tratar con hombres. Algunos de los hombres que vienen a vernos no saben bien cómo hacer las cosas y no es raro encontrarse de repente en la sala de descanso empapada en lágrimas. Notando el sabor salado del llanto incluso en las mejillas. Con todo el maquillaje extendido en las manos en las que a veces hundimos la barbilla. El miedo es erosivo. Como la arena en el viento pegando contra las rocas de los acantilados. Son mordiscos. Pero es inevitable. Sentir miedo nos reconvierte en vulnerables. Porque lo somos.
Este último año he llorado tantas veces que, finalmente, y por insistencia de uno de mis jefes, decidí marcharme. Siempre he querido conocer otros lugares. Era mi momento. Y ahí estaba. Con la tarjeta del videoclub en la mano.
El reloj del horno, en la cocina, marcaba las 2:24 de la madrugada. Mis necesidades básicas, comer, beber, hacer pis, estaban cubiertas. Era el punto álgido de la noche en cuanto a insomnio se trataba, así que me puse el abrigo de piel vuelta y las zapatillas de tela azul marino que me regaló Maggie por mi cumpleaños y salí a la calle dispuesta a cruzar de acera y caminar dos calles a la izquierda hasta llegar al videoclub.
Una cosa que quiero que entiendan es que por el hecho de desnudarme de vez en cuando para un puñado de amantes de la carne no soy una fresca. Y, en consecuencia, no actúo ni visto como una fresca. Es verdad que suelo ser fácilmente impresionable por los hombres. Y eso tiene que ver, como bien imaginan, con que la mayoría de los señores que conozco dejan mucho que desear como personas. Así que cuando trato con un tipo normal todo es mucho más fácil y agradable. Entiéndanme.


Mientras caminaba por la calle pensaba en lo que me había crecido el pelo. Y en que me gustaba lo oscuro que lo tenía últimamente. El negro es un color elegante. Una vez vi una película sobre Johnny Cash, Walk the Line. No podría estar más de acuerdo con su percepción del color. Deberían verla. Si conociese a un tipo como Johnny Cash, aunque fuese en el bar, intentaría decir cosas interesantes y acertadas para poder verle de nuevo. Si algo suelo hacer es pensar en lo que decir si aparece alguien que me gusta de verdad. Luego me bloqueo y digo estupideces, ya he dicho que en eso era un desastre manifiesto. Pero llevo algunas frases y temas de conversación apuntados en una tarjeta, en la cartera. Por si tengo ocasión de ir al baño y repasarlo.
Al entrar en el videoclub una chica, muy amable, me saludó desde el mostrador. Levantando la cabeza. Un chico, más joven, salió de la puerta interior que había tras el mostrador, con un chaleco granate (como ella) y la carátula de Barry Lyndon en la mano. ¿Saben que toda la iluminación de Barry Lyndon es natural, que no recurrieron a luz artificial en toda la película? Hicieron tratamientos en el negativo y utilizaron objetivos con grandes aperturas. Lo leí hace poco. En aquel momento me limité a saludar amablemente, mientras pensaba en la mala leche que decían que tenía Kubrick.
El suelo del videoclub estaba cubierto de moqueta burdeos. Era un color bastante más intenso, y maltratado, que el de los chalecos de los dos empleados. En la parte de arriba, bastante espaciosa, había películas actuales. El mostrador estaba en el margen derecho del local, a la mitad, más o menos. Antes del mostrador había un hueco. Con unas escaleras que bajaban a otra planta. Las escaleras estaban recubiertas por una goma negra con círculos para no resbalar, a pesar de ser enormemente anchas. En la planta inferior la moqueta burdeos volvía a formar parte del decorado. Las películas que había abajo estaban catalogadas exclusivamente como cine clásico. Ordenadas cronológicamente. En la esquina opuesta a las escaleras, al final de todos los estantes, había una sección de películas pornográficas. Bastante divertida, por cierto. Las sinopsis de las películas porno son como agua para chocolate.
No había prestado demasiada atención a la hora desde que salí de casa pero había algo seguro: era tarde. Así que tampoco prestaba atención a la posibilidad de que no fuese la única persona tan interesada en el cine, y en el insomnio, como para acudir a un videoclub a altas horas de la madrugada; a modo de pasatiempo. O a tomar referencias, que también.
Pero, ya les digo, augurando situaciones próximas a la realidad soy una contraindicación.
Así bien escuché de un sobresalto como una voz profundamente masculina saludaba desde la puerta principal. Yo estaba abajo, cerca de la última esquina, desde donde me apresuré a poner distancia entre la estantería de las pelis X y yo, por si acaso. Y caminé entre huecos, memorizando fechas.
Lo siguiente fue una consecución de pasos firmes acudiendo en dirección planta baja. Como siempre, en estos casos, el pulso se me aceleró considerablemente. Me desabroché algunos botones del abrigo para tocar aire fresco. Sujeté la cartera con fuerza y dispuse un par de películas de las que sentirse orgullosa frente a mí.
¡Qué bien huele! Me dije mientras mantenía la cabeza y la vista adheridas a las carátulas de aquellos filmes de gran éxito. Entonces me dediqué a intuir sus movimientos. Mientras disfrutaba de su aroma y mi sudor. El encontronazo era inevitable. Quiero decir, aquello era grande, pero no tanto. Así bien, en su rodeo por cada bloque, casi en un descuido se colocó a mi lado.
-         Con Faldas y a lo Loco es considerablemente más divertida. – dijo segura la voz grave.
Entonces, resuelta en el pánico, mi cabeza, como si tuviese autonomía propia se giró hacia él.
Era un chico alto. Tenía el pelo negro, igual que su ropa. Y la nariz tan grande como las manos. Apegadas al tono de voz profundo. Masculino. Parecía sacado de una película clásica. Sí. Y hablaba mi idioma. ¡Mejor aún! Sabía que yo era extranjera.
Con la firme convicción de que en algún momento podría esconderme tras de alguna estantería y mirar la tarjeta de las frases agarré la cartera dentro del bolsillo con fuerza y sonreí.
-         Sí… - respondí entre dientes – si-siempre me ha gustado más.
Sin dejar correr el segundero el misterioso desconocido cruzó los labios de nuevo.
-         Lo siento, es probable que haya metido las narices en tus asuntos, lo sé. No pretendía intimidarte. Pero a estas horas es raro encontrar a alguien que tampoco duerme.
-         ¡En un videoclub! – exclamé de repente.
Vaya. ¡Qué estaba haciendo! ¡Estaba charlando como una persona normal!
-         En un videoclub – dijo él de nuevo, manteniendo una sonrisa intachable. – yo soy Jonás.
-         Jonás – repetí  inquieta – yo Lisa.
Aprovechando el silencio no escrito que existe siempre que se lanzan dos nombres y ambas personas tratan de memorizar, me deslicé sobre el pasillo contiguo y alargando la mano pude leer una de las frases de la tarjeta. Antes de que él pudiese decir nada salté. Como un resorte. Con impulso.
-         Y ¿qué te trae por aquí? – dije volviendo a asomar la cabeza.
-         Oh. – volvió a sonreír – supongo que lo mismo que a ti ¿no?, el cine. Bueno, y el insomnio…
¡Mierda! ¿Quién apuntaría una pregunta así? ¿A quién se le ocurre preguntar qué trae a otra persona al mismo lugar en el que se ha encontrado con ella?


Como no sabía qué decir me limité a sonreír. No quería explicarme. Me explico fatal. Hablo fatal. Y, por supuesto, cuando se trata de conocer a alguien soy un completo hervidero de horror.
-         No eres de aquí ¿verdad?
Tarde unos segundos en reaccionar.
-         Mmira – respondí nerviosa – estas cosas se me dan fatal. No soy buena haciendo esto. Será mejor que me dejes en paz.
¿Lo ven? Ahí estaba. En estado puro. Su respuesta fue clara. Y su gesto, cierto.
-         Siempre he pensado que por la noche no había más que locos en estos sitios, tú parecías normal. – con su retorno aún haciéndose llegar a mis oídos se marchó subiendo las escaleras con prisa.
Ni si quiera miró al mostrador para despedirse. Seguro que aquellos púberes se asustaron, incluso.
Salí por aquella puerta diez minutos después. Con cara de enfado. Al llegar a casa me resbalé en el sofá para dormir profundamente durante horas.
Durante la tarde del día siguiente, al despertar, coloqué algunos libros en mi nueva habitación y salí a tomar un café.
Pasó otra noche hasta que me incorporé al trabajo. Así adiviné que él era camarero. Sin tarjetas.
Dice que desde que trabaja ahí toda su ropa es negra. Hasta que encuentre algo mejor. A veces viene a verme en los descansos procuro decir cosas interesantes y acertadas. De momento no ha dejado de hacerlo.

Laura P.calle


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